¿Cómo vencer el miedo a las inyecciones en niños y adultos?
Para algunas personas, basta mencionar la posibilidad de una inyección para hacerles sentir escalofríos. Llegado el momento, crece la tensión. Sentirán que su pulso se acelera, las domina la angustia y el temor al dolor o a una lesión, al punto de sufrir un ataque de pánico o incluso, un desmayo.
Si el párrafo anterior te describe, no te sientas mal. La tripanofobia -o el temor a las inyecciones- es una de las fobias más comunes, calculándose que cerca del 10% de la población la padece en algún grado. Sus primeros síntomas se manifiestan a los 5 años de edad.
Este problema muchas veces se debe a malas experiencias vividas en la niñez, las cuales incuban un terror inconsciente cuando somos adultos.
“El miedo a inyectarse surge desde pequeños, cuando algunas mamás o abuelas inculcan la idea errónea de que una inyección es dolorosa. Además, también se acostumbra amenazar con inyecciones como una medida de castigo”, contó al diario mexicano El Universal, la licenciada en Nutrición y Educadora en Diabetes, Alejandra Cuevas.
Pero independiente de cómo hayan surgido, en un mundo donde son una herramienta médica cada vez más común, ¿cómo hacemos para controlar nuestro miedo irracional a ser inyectados?
EN NIÑOS
– Jamás amenaces a tu hijo con inyecciones como castigo. Comenta el tema a tu familia para que tampoco cometan este error.
– Además de explicarle por qué es bueno que reciba una inyección, una técnica recomendada especialmente en niños muy pequeños es “ensayar” el procedimiento en casa usando un muñeco. Así sabrá en qué consiste y qué es lo que sucederá.
– Por ningún motivo se debe llevar al niño engañado, haciéndole creer que va a otro lugar. Ello minará la confianza en sus padres o familiares.
– Permítele al niño elegir en qué brazo o lugar quiere recibir la jeringa, o si prefiere o no tomar tu mano. Estas pequeñas decisiones le ayudarán a sentir que tiene parte del control de la situación.
– Mantén en todo momento la calma. Los niños son muy sensibles al temor o la tensión de los adultos, sobre todo si son sus padres.
– Si es posible, ofrécete tú para recibir una inyección previa. Así podrás demostrarle que no hay de qué temer.
– Otra técnica recomendada es distraerlo. Mientras lo están inyectando, puedes invitarlo a cantar, mirar un dibujo, aprender los números, escuchar o contar chistes u otras actividades que no le hagan pensar en la jeringa.
– No sobreprotejas al niño. Si lo conscientes mucho o le haces comentarios como “pobrecito”, le estarás dando más importancia a la experiencia y lo harás sentir inseguro para la siguiente oportunidad.
– Nunca menosprecies el temor o dolor que pueda sentir un niño. Tampoco hagas comentarios negativos sobre su miedo, como “si no es nada”, “no seas infantil”, “no hagas el tonto”, “qué van a pensar de ti”, “pareces una niñita”, “tu hermano fue mucho más valiente” o “mira ese niño, es mucho más pequeño y no llora y se porta mucho mejor que tú”.
– Al salir del centro médico, escucha lo que el niño tenga que decirte. Es importante que pueda externalizar sus sentimientos y sentirse comprendido.
EN ADULTOS
– Indaga en tu mente para buscar el origen de tu temor. ¿Se debió a una mala experiencia durante la infancia? Se recomienda externalizar esos sentimientos, ya sea escribiéndolos o comentándolos con una persona de confianza.
– Racionaliza los beneficios de la inyección. Si estás consciente de lo necesaria que es para tu organismo o para tu familia, tendrás una predisposición más positiva hacia ella.
– Si sientes que la ansiedad te abruma, lo mejor es usar técnicas de respiración para anularla. Existen numerosos métodos que pueden aprenderse en Internet, pero uno de los más recomendados es respirar lentamente, retener el aire por 3 segundos y luego dejarlo escapar, cambiando el ritmo si se siente ahogo o mareos.
– Otra técnica que sirve a algunas personas es recordar algunas experiencias traumáticas o difíciles por las que hayas vivido. Dejarás de ponerle atención a la inyección y te parecerá un asunto pequeño, en contraste.
– Recuerda que tu cuerpo esté totalmente relajado al momento del pinchazo. Si tensas los músculos costará más que entre la aguja.
– Las agujas nunca deben reutilizarse. Cuando vienen selladas de fábrica, estas incluyen un filo y lubricación especiales que se pierden tras el primer uso. Aunque se limpien con alcohol o esterilicen, la fricción con la piel aumentará con el uso repetido y provocará dolor.
Fuente: biobiochile.cl